A
las empresas las matan sus tonterías. Algunos creen que las empresas mueren a
causa de la competencia o la evolución tecnológica y no hay duda de que a veces
esto es así. Pero el gran enemigo de las empresas es ellas mismas cuando
empiezan a hacer tonterías.
Todo
empieza con detalles. Síntomas de indolencia que se filtran en las agendas.
Relativización del esfuerzo. Burocracias que crecen disimuladamente, con
naturalidad. Costes que se descontrolan de poco a poco. Pequeños tics de
arrogancia.
Y
de ahí se pasa a cosas que ya no son detalles. Guerras internas entre
departamentos que devienen silos bien parapetados. Compras mal hechas. Pérdida
de la centralidad del cliente. Y sobre todo la gran tontería: quedarse quieto
en un mundo que cambia aceleradamente.
La
tontería es creer que los éxitos del pasado constituyen un ciclo inalterable.
Dejar crecer la convicción de que la empresa se ha ganado un lugar consolidado
en los mercados y en las mentes de los clientes es una tontería. En el mundo de
la empresa, torres más altas han caído, y desde hace veinte años, las torres
altas caen todavía con mayor frecuencia.
Liderar
una empresa es ser el gran vigía contra las propias tonterías. La desgracia
evidente llega cuando los líderes son el núcleo o la causa de la tontería
corporativa. Cuando se creen iluminados y confunden ocurrencias con
innovaciones o cuando descomponen gratuitamente los resortes con los que
creaban valor. Cuando permiten que las tonterías más humanas, los celos y las
envidias, se enseñoreen de la gobernanza.
Las
empresas se autodestruyen cuando dejan que el éxito derrita su consistencia.
Cuando sus directivos pierden la humildad, empiezan a tomar decisiones
mediocres, se afilian a cualquier moda o dejan que las empresas se acomoden.
Las
empresas se autodestruyen cuando acumulan demasiada gente que tiene demasiado
tiempo y que no toca cliente nunca o casi nunca. Esta gente tiende a hacer más
normas de la cuenta y a sofisticar los procesos.
Las
burocracias nacen así, gracias a la abundancia. Sin darse cuenta el confort
interior se impone silentemente a la obsesión por tener y mantener clientes.
Las empresas van bien cuando su gente no tiene tiempo y saben mantener los
hábitos que las han hecho crecer. El esfuerzo es lo que viene después del
cansancio.
Las
empresas consolidadas olvidan que cuando ellas se relajan o pierden la
agilidad, otras menos experimentadas y perfectas, crecen porqué todavía
mantienen la capacidad de esforzarse y se dejan de tonterías. Las empresas no
nacieron perfectas, es una tontería olvidarlo. Crecieron con zapato y una
alpargata, pero eso sí, estando muy focalizadas en deleitar a sus clientes.
Muchas empresas eran mejores cuando no eran perfectas, pero centraban todas sus
miradas en el cliente. Crecieron y se creyeron excelentes. Regodearse en la
excelencia conlleva rápidamente a abandonar la excelencia.
Tener,
liderar una empresa, es remar siempre, no bajar la guardia, es mantener el
espíritu de los fundadores con una adaptación radical a cada momento. No saber
cambiar, no saber adaptarse, es una forma consistente de autodestruirse. El
cementerio de empresas está lleno de empresas que tuvieron mucho éxito.
Murieron repletas de burócratas que las cerraron aplicando detalladamente una
ISO de clausurar empresas. Muchas empresas hacen tonterías cuando tienen
demasiado dinero en caja. Tener dinero en caja es el resultado de un buen
modelo de negocio, de una buena gestión y de una comunidad profesional que hace
sus deberes. Pero saber generar dinero no es lo mismo que saber gastarlo. Y
muchas empresas cuando tienen dinero y salen a comprar otras empresas para
crecer inorgánicamente, compran mal. Pagan caro.
Pero
la tontería fundamental viene cuando compran otras empresas por qué son
distintas y por qué son rentables, pero cuando ya las han comprado, lo primero
que hacen es mimetizarlas y matar aquello que las hacía distintas. Es un patrón
muy común. Además, los líderes de la empresa comprada, con los bolsillos llenos,
se cansan de ver cómo su antiguo proyecto es desvirtuado y se van cuando sus
cláusulas de retención se extinguen.
Según
el profesor John Danner hasta el 70% de las adquisiciones de empresas
fracasan. Muchas empresas compran otras empresas porqué tienen alma y dan
beneficios y rápidamente les matan el alma y se quedan sin beneficios. Comprar
una empresa es integrar otra comunidad profesional. Y esto no es fácil. De ahí
mi admiración por esas empresas que saben comprar y crecer inorgánicamente de
un modo sistemático. Comprar mal es una gran tontería de lo más común. Jim Collins es
uno de los expertos que más nos ha prevenido sobre las tonterías que las
empresas pueden cometer y más nos ha inspirado entorno porqué unas empresas
caen y otras sobreviven. Al respecto Collins es
contundente: “perdurar o caer, sobrevivir o desaparecer depende más de lo
que tú te hagas a ti mismo que de lo que el mundo te haga a ti”.
Efectivamente, en un mundo tan cambiante, en el que todas las empresas se en enfrentan al riesgo de la disrupción, lo más sensato es adaptarse, innovar y dejarse de tonterías.
Xavier
Marcet.
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