Julie Starr, coach y consultora con más de 20 años de experiencia, en su libro “Brilliant coaching”, plantea lo siguiente:
Si consideramos el coaching como una conversación, o una serie de conversaciones, que una persona tiene con otra con el objetivo de que la persona que actúa como coach consiga que la conversación beneficie a la otra persona en aspectos relacionados con el aprendizaje y desarrollo de ésta, observamos que, una de las barreras para ejercer adecuadamente como coach reside en nuestro ego. Éste es una función de nuestra mente que influye en cómo pensamos y sentimos y nos sugiere qué creemos que somos y más importante lo que creemos que no somos. El error más común es creer que lo que el ego nos dice es la realidad en lugar de verlo como una idea que hemos construido de lo que somos y de cómo debemos comportarnos.
En una conversación de coaching la influencia de nuestras opiniones y valores debe reducirse, ya que para relacionarnos eficazmente con la persona con la que conversamos tenemos que hacerlo en sus términos y en su “mundo”. Si reconocemos la influencia de nuestro ego vamos a poder mantenernos con una actitud flexible ante la persona con la que estamos manteniendo conversaciones de coaching y tener en cuenta sus perspectivas y sentimientos.
La mejor forma de reducir la influencia de nuestro ego es ser consciente de él, identificarlo, podemos detectar los signos del control que ejerce sobre nosotros a través de las emociones que sentimos repentinamente y crear una sensación de distancia con respecto a él, al reconocer que nuestro ego es sólo una función de nuestra mente. Posteriormente podremos escoger conscientemente cuál va a ser la respuesta a la situación.
Para conocer el poder de nuestro ego debemos reflexionar sobre si:
1.- Acepto bien las críticas.
2.- Me mantengo relajado en situaciones en las que me demuestran que estoy equivocado
3.- Puedo reírme de mi mismo con facilidad
4.- Afronto bien los cambios inesperados y las crisis.
5.- No me recreo en las opiniones de los demás sobre mí.
6.- No me preocupan las situaciones de status o poder.
7.- Acepto a personas con distintos puntos de vista a los míos.
8.- No me avergüenzo con facilidad.
9.- Acepto cómo son las cosas aunque no sean como yo las deseo.
10.- No siento la necesidad de impresionar, agradar o controlar a las personas en distintas situaciones. Me muevo por mi sentido personal de lo que está bien y mal.
En una sesión de coaching se puede presentar la situación de que la persona con la que estamos trabajando manifieste una opinión sobre la cual no estamos de acuerdo. En este caso podemos actuar de una de estas tres formas:
1.- Manifestar nuestra disconformidad con lo expuesto y plantear una visión contraria. Esta alternativa tiene el inconveniente de crear un sentido de desacuerdo y disminuye el sentimiento de compenetración ya que el coachee se siente en la necesidad de defender o justificar su idea.
2.- Ignorar el desacuerdo y actuar como si estuviésemos de acuerdo. Posiblemente esta es una opción peor que la anterior ya que hemos cambiado la integridad por el deseo de agradar al coachee o de no romper la compenetración con éste.
3.- Mantener una postura neutral y no reaccionar ante la naturaleza crítica del comentario. Es la postura más eficaz ya que permite mantener la compenetración y la integridad y al mismo tiempo intentar tener una visión más imparcial de los comentarios del coachee. Al ofrecer a éste un terreno neutral estamos ayudando a que se relaje y pueda también buscar una visión más objetiva.
Esta opción no significa que al actuar como coach tengamos que abandonar nuestras opiniones, juicios y valores, ya que lo que logramos es mantener el propósito de la conversación que consiste en que el coachee piense por si mismo.
Los buenos coaches y directivos han aprendido a reducir la influencia del ego sobre ellos. Entre los beneficios que tiene el adoptar esta actitud en las conversaciones de coaching, se encuentran:
a).- Disminución del estrés, al no perseguir tener siempre el control o al no tener que resistir a la sensación de estar controlado por otros.
b).- Mayor energía y sensación de libertad al no tener que estar siempre actuando en función de las creencias de “lo que somos” y “lo que no somos”.
c).- Aumenta la sensación de que las situaciones pueden tener distintas posibilidades y no tienen tantos límites.
d).- Mayor sensación de flexibilidad y fluidez .
e).- Incremento de la confianza de los demás al proyectar una imagen natural y no ficticia de cómo somos.
ISABEL CARRASCO
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