Vivimos en un mundo de reuniones virtuales permanente.
Palabras como estrategia o visión de futuro han desaparecido , esperemos que de momento, de nuestro vocabulario empresarial. Nadie sabe qué va a ocurrir el próximo año porque lo que hemos bautizado como la nueva normalidad es en términos financieros, una realidad incierta y nada estándar.
Estamos en una época de cambios brutales: la ingeniería social , versus moral, hace que los seres humanos que transitamos por los puentes de esta vida loca estemos en una constante lucha entre la dispersión del pensamiento ( a ver quién es el listo de asimilar las fases de la escalada ) y centrarse en el logro. El fin justifica los medios, y estos pasan por llenar el día de hobbies para no caer estrepitosamente en las garras del pánico.
Quizás necesitamos más de lo que creemos los chistes y los memes para no albergar temores, dudas y miedos. Tal vez por ello el Gobierno activa el piloto automático para que a nadie se le ocurra desarmar sus argumentos. Asistimos a la función día tras día conscientes de que cada una de nuestras realidades particulares forman parte de un mundo plural en el que nos hemos acostumbrado a escuchar a un señor que parece que acabara de levantarse de la siesta , cuya voz aflautada cala cada vez menos en el empeño colectivo de acabar con el otro síndrome devastador de nuestra era: la soledad. La Covid19 nos ha demostrado que ahora más que nunca no estar solos es vital. Exparejas que regresan después de años, balcones convertidos en escenarios, reencuentro con amigos de la infancia,… simplemente porque necesitamos compartir con los demás , no solamente por las redes sociales, las experiencias del momento.
Hoy más que nunca me permito tirar de los dichos castellanos. La sabiduría popular reside en los adagios adquiridos de nuestros ancestros griegos que afirmaban que la unión hace la fuerza . Pero para remar juntos en la misma dirección estamos obligados a convertir la necesidad en virtud, para lo cual el patrón que coge el timón ha de ser un virtuoso de libro, con la dificultad añadida de que en estos lares inéditos no cuenta con precedente alguno, por lo que navegar se torna caótico.
Sin embargo, lejos de querer transmitir pesimismo en estas letras, llegada a este punto creo que lo mejor será agarrarnos a la esperanza como a un clavo ardiendo. No nos queda otra, y pensar que la fuerza de la voluntad vencerá a la de la razón. Que la tenacidad y la disciplina serán nuestro gran logro. Porque aunque estemos inmersos en el estado de shock por excelencia hay que procurar no caer en el desmayo.
Por último pido que hoy, los políticos, en especial el capitán y su tripulación en el gobierno, no sufran del mal del avestruz: el de esconder la cabeza debajo de la tierra obviando lo importante y olvidando que la palabra ha de generar compromisos.
Porque si lo hacen corremos el riesgo de que nos dejen a todos con el culo al aire.
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