Llevo un tiempo reflexionando de forma intencional y constante sobre el valor que tiene el conocimiento en las personas y cómo podemos transmitirlo, lo cual me está aportando un interesante aprendizaje que me gustaría compartir contigo, aún siendo consciente de que vas a recibir menos del 10% de este aprendizaje (y ahora sabrás por qué).
"Podrán robarnos toda la información, pero nunca tendrán nuestro conocimiento".
El conocimiento es un concepto tradicionalmente asociado a algo estático, aquello que se tiene o no se tiene y que se obtiene a través del estudio o aprendizaje. Y ojalá fuera tan sencillo, pero en realidad no es así. Si fuera tan fácil, bastaría con volcar nuestros discos duros mentales en repositorios para que otros tuvieran los mismos conocimientos que nosotros.
Lo cierto es que si intentáramos hacer una foto del conocimiento siempre saldría movida, ya que gran parte de éste no es estático, sino que fluye entre las personas y se alimenta de nuestras propias experiencias vitales. Y desde el momento que intentemos codificarlo para transmitirlo, estaremos restándole valor.
Conocimiento explícito vs tácito
Se calcula que alrededor del 80% del conocimiento que utilizamos en nuestro trabajo proviene de fuentes de aprendizaje informal (contexto de trabajo y conversaciones), lo que significa que solo el 20% de lo que aprendemos viene de la educación escolar y universidad (en sus formas clásicas o formales).
El aprendizaje formal es muy útil para capturar, almacenar y transmitir el conocimiento explícito, que es aquel que se puede objetivar, codificar y tocar. Constituye toda aquella información que utilizamos para aprender sobre una materia que nos sirve para configurar nuestro propio conocimiento. Es el que obtenemos por ejemplo cuando leemos un manual para aprender ciertas técnicas.
Pero como hemos dicho existe otro tipo de conocimiento llamado tácito que es menos tangible. Sería el know-how, o aquello que extraemos de la información que recibimos, interacción con otras personas y nuestra experiencia personal. Dicho conocimiento resulta mucho más esquivo y no es tan fácil de codificar, pero a su vez es aquel que nos define como personas, aporta sabiduría y nos ofrece un valor diferencial frente a los demás, haciéndonos únicos e irrepetibles.
El problema que tiene este tipo de conocimiento es que es difícil de transmitir entre las personas y cuando lo intentamos codificar para compartirlo éste se degrada y pierde parte de su valor.
Me gusta mucho la metáfora que utiliza Chris Collison en alguna de sus charlas para explicar el hecho de que cuando queremos capturar el conocimiento, en realidad lo estamos matando. Del mismo modo que puedes intentar conservar la belleza de una mariposa clavándola en un corcho, ésta será solo una pequeñísima parte de la que tiene cuando despliega sus alas y vuela en movimiento.
Manteniendo la esencia del conocimiento
Partiendo entonces de que el mejor recipiente para conservar toda la esencia del conocimiento somos las personas, ¿cómo podemos transmitirlo manteniendo todo lo posible su valor? Difícil cuestión sobre la que muchos teóricos del aprendizaje llevan años formulando hipótesis.
Siguiendo con el ejemplo de la mariposa, cuando la pinchamos en el corcho podremos estudiarla y conocer mucho sobre ella, pero si de verdad queremos aprender tendremos que verla en movimiento.
Por eso la mejor forma de transmitir el conocimiento tácito es hacerlo directamente de la fuente. Así es como se ha hecho a lo largo de la historia entre maestros y aprendices, y así es como mejor podemos hacerlo en estos momentos, solo que ahora tenemos una ventaja fundamental, que es el acceso inmediato a la fuente.
La hiperconexión que vivimos y la capa social que impregna todo, nos permite tener acceso directo o indirecto con las fuentes de sabiduría, con nuestros mentores invisibles, lo que facilita que podamos acceder al conocimiento con un grado de valor mucho más alto que si lo hacemos a través de las fuentes explícitas ( MENTORING, libros, artículos, webs).
Desde los MOOCs impartidos por especialistas de todo el mundo, a la formación online, pero sobre todo a través de las redes sociales y comunidades de práctica, que nos ponen en contacto con los nodos relevantes con los que podemos aprender de forma social.
Decía el Manifiesto Cluetrain que los mercados son conversaciones y que las conversaciones en red hacen posible el surgimiento de nuevas y poderosas formas de organización social y de intercambio de conocimientos. Resulta por lo tanto que gran parte del conocimiento deriva de nuestras interacciones.
Parece que el valor diferencial del aprendizaje y del conocimiento ya no está en el acceso a la información, que supera con creces nuestra capacidad de gestión, sino la cercanía a las fuentes que nos permita mantener en la medida de lo posible toda su esencia.
Decíamos hace un tiempo que nuestro valor reside en la malla que creemos, del mismo modo que el conocimiento residirá en los contextos o ecosistemas de aprendizaje que seamos capaces de generar y conectar.
Chema Cepeda
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